La habitación del simulacro

Rubén Alpízar junio 2017

Un "extraño atractor", de espíritu burlón y alma (in)quieta

El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología.

J. L. Borges, El simulacro, en el El hacedor.

La inmersión en otras realidades se hace inminente, cada detalle conspira, desde el espacio exhibitivo hasta las propias piezas acogidas: la casa (galería), las fragmentaciones del espacio (salas), las telas y objetos (obras), los vanos pictóricos (ventanas temáticas) y cada escena y personaje que las habita (discursos). Todo ha sido cuidadosamente proyectado, a la medida justa de las historias reales, afiliadas a la suerte de las narraciones atemporales en terrenos fértiles y de coincidencias para la algazara intelectual y la reflexión crítica.
La obra de Rubén Alpízar, además de ser leída desde la perspicacia y la singular mofa de cada pieza, es disfrutable aún más cuando el creador asume el propio espacio contenedor como hipervínculo perfecto de su poética. De eso se trata La habitación del simulacro, de cómo ese artista, de espíritu burlón y alma (in)quieta -como dijera Antonio Machado-, induce polémica y debates sobre los contextos artísticos y extra-artísticos mediante las lógicas de la simulación del mundo actual o lo que Baudrillard llama «museografía de la realidad».
Desde los comienzos de su carrera, Alpízar ha trabajado la vertiente de la autorrepresentación como expresión de autorreconocimiento, pero también de exploración de un ente colectivo diluido en el contexto de lo absurdo, donde las situaciones se hayan adscritas a leyendas narradas plásticamente a partir de figuraciones que recuerdan a El Bosco, por ejemplo, y escenas de la producción del medioevo; del lenguaje postmoderno y su ambigüedad, y del particular ingenio del creador para sintetizar discursos políticos, económicos, sociales y artísticos, en ventanales o habitaciones cual si fuesen micromundos caricaturizados. En este simulacro se han convidado series sólidas dentro de su producción, entre ellas, Pequeños vínculos, Qué vida más sana, qué mente más perversa y Buscando a Narciso, con las cuales ha dibujado el espíritu de una generación (los noventa) que prefirió muchas veces hablar, desde su yo, temas de todos, aun cuando su auto-imagen quedara simbólicamente evocada en los caracteres psicológicos de elementos cumbres para la Historia del Arte y la cultura en general.
Alpízar ha entendido que El Beso ya no es Brancusi, que Tres tristes tigres no es Cabrera Infante, que incluso él ante el espejo no es el mito de Narciso, ni la habitación de espacios fluidos es la Galería. Todo se cuece en un juego de apariencias que empodera al objeto y lo rodea de ironía y artificios astutos con los que termina acometiendo la revancha en la que, según el teórico del simulacro en el arte, se convierte en un «extraño atractor», como se dijera en física.

Claudia Taboada Churchman

Artistas