La gran pantalla

Inés Garrido marzo 2011

TE-HODOKI

«Mi estrategia es diferente: Por la salida entro.
Me infiltro en el sistema y exploto desde adentro.
Todo lo que les digo es como el Aikido:
Uso a mi favor la fuerza del enemigo.»
Calle Trece

En un extraño film de Schyamalan, La Dama en el Agua, se halla un hombre que, por razones específicas, opta por hacer un unplug de la realidad exterior y ceñirse sólo, encerrado diaria y nocturnamente, a televisar los noticiarios y todo lo concerniente a los conflictos bélicos. En una operatoria irónica, es el ser más iluminado y con sentido común de todos los personajes de la historia. Y desde su caja mágica, para otros la niñera electrónica además, mira al mundo y su sabiduría es llamativa. Pero sufre ese mundo. No confunde lo que otros: que la realidad mediada por la pantalla es más cruda para los que están del otro lado y nosotros la observamos como patéticos entes desde una posición entre morbosa, víctima, distante, manipulada con él recordaba cómo se han dado varias transformaciones sobre la noción de la realidad hasta la fecha. Porque si bien Howard Koch trasladó al mundo real el virtual con su versión de La guerra de los mundos, y se originó una histeria colectiva con la transmisión radiofónica de la obra de H. G. Wells, hace poco buena parte del mundo pudo reconocer un hecho tan inaudito como la destrucción del World Trade Center desde otra realidad: desde la ficción. La tragedia sirvió para que especialistas de la ciencia y la comunicación estudiaran algo ya sospechado: cómo el reconocimiento cerebral de que el hecho fuera real demoró al menos 30 segundos promedio; pues muchos pensaron que se trataba de otra publicidad de Hollywood. Esta inversión del reconocimiento de lo real expresó el poder que se tiene sobre la media con la modelación de realidades y cómo la dimensión ontológica del ser humano se ha modificado.
En el seno de esto podemos encontrar ese dictum de que toda imagen es virtual. Pero es sabido que vivimos en una realidad virtual, modelada por cada sociedad a partir de los intereses que sus sistemas determinan mediante concreciones que se reactualizan desde una supuesta naturalidad modificada según los contextos o las circunstancias socio-históricas. Visto desde esa dirección, no pareciera que vivimos inmersos en problemas sistémicos, pues es como si todo estuviera dispuesto de un modo misteriosamente establecido por esos poderes que sustentan la virtualidad de la vida como una expresión dominante de cada cultura, como un estado de construcción de una permanencia controladora, acorde a lo que cada formación identitaria le interesa mantener.
Escapar a eso de una manera reflexiva, por lo tanto crítica, implica romper con las sujeciones que derivan de lo que el poder dispone como real, como estable y edificador de su organización. Y en el medio el sujeto social; comprendiendo claramente lo que connota el ser sujeto.
Desde hace un tiempo Inés Garrido viene adentrándose en esta zona de espíritu crítico, a la vez con un sarcasmo lúdico e interactivo por parte de los espectadores, que rebasa el simple juego para convertirse sus obras en activadoras de reflexiones en torno a la relación del ser contemporáneo con los Media. Y estos como derivaciones de ese poder siempre interesado en controlar los rebaños y las mentes.
Los Media son para los poderes una extensión de ese reino de la impostura. En cada lugar resulta el espacio por donde se filtra para los comunes ese gran teatro de operaciones que nos engaña. Pero para el Arte es un medio de disensión,  un vehículo dinamitador orientado a percibir las fisuras; e Inés se apropia de la parte lóbrega de su naturaleza para disponernos ante situaciones, happenings resultantes de la interacción del espectador. Este, potencia en su juego esa sentencia de la ilusa fama tras los quince minutos. Pero más atomizado, más fragmentario en medio de la vorágine icónica que nos sume, con todos sus contenidos que el fondo cada vez más siempre acusan las tendenciosidades políticas de los mensajes sean de un lado o de otro; de donde vengan.
Y en medio el juego pictórico, objetual o video-instalativo de Inés va a un desmonte del vacío espiritual y cómo este es aprovechado para acrecentarlo más con el amedrentamiento de la capacidad de respuesta del hombre común; cada vez más nihilus.
Los medios expresivos básicos parten de la imagen, el gesto, el sonido y la palabra. Así el arte y los textos, desde los antiguos tiempos históricos hasta el de las redes actuales, son representaciones, formas o regímenes de supuesta comunicación. Inés lo sabe y los subvierte desde una posición cercana a la conversión de abstracciones funcionales. Porque, y ahí lo abstracto, genera un extrañamiento o desfuncionalización de lo entendido como comunicación mediática y esta se refleja como otro espacio, más enajenante y donde enmudecemos idiotizados, otro espacio para un narcicismo decadente. Es la TV el nuevo espejo, cada vez más deformante. Donde nos tratamos de ver y vemos a otros, pero nunca emitimos algo hacia el otro lado: el del emisor, el gran hermano que nos ha dado la espalda pero te dice qué consumir, usar, pensar y hacer.
La Gran Pantalla es como la gran mentira. Sutilmente Inés delata la imposibilidad de la comunicación vista como de un lado a otro con su feedback y arroja que mucho nos es dado unidireccionalmente y no podemos hacer nada por discernir los reservorios escondidos de lo ético, del valor, de lo dramático y lo liberador. Porque en mucho de los Media eso ha sido asfixiado y sólo quedamos como pálidos reflejos de una contemporaneidad jodida, que mata el interior del ser, intoxicado por la estandarización de la producción de contenidos convenientes, políticamente correctos, de una conciencia adormecida.

Frency. La Habana, febrero de 2011.

Obras

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Inés Garrido 2011

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