Elías Permut (1976) es un creador a horcajadas en dos de los grandes campos de la expresión humana, la poesía y la pintura, que él trabaja con una deslumbrante unidad. Su obra plástica se presenta como una gradación de blan-co al negro, vale decir, del todo a la nada abrumadora. Es un artista enfocado al rescate del universo, a través de una configuración personal de herencias cultu-rales, tanto del Occidente afincado en la simbología griega, como del Oriente mi-lenario, en particular lo que tiene que ver con el acervo hebreo. Un lienzo como Nacido de lo invisible -también título de un poemario suyo- parece recuperar la trayectoria que para el ser humano perfilara Platón: el artista imagina una irrup-ción, un orto de la vida, como un tránsito que se empina desde lo inferior de la existencia hasta la plenitud de un saber que, más que construido, se diría resca-tado en la memoria. Pues el tema crucial de Permut es la fusión “del verso y el trazo pictórico, tanto como de la imagen simbólica y la angustiada reflexión en la armonía del mundo”. Por eso, una alucinante simetría llena estas obras, en per-secución de un equilibrio siempre cuestionado. Pocas veces en la plástica cuba-na se puede hallar una tan intensa confluencia entre la línea minuciosa y una especie de sordo alarido. Los cuadros de Permut se asuman, estremecidos, a un ámbito pascaliano en el cual la más sucinta y geométrica alusión al ser humano -ya sea ente seráfico o indefinida criatura derribada- aparece siempre en el cruce entre un nivel superior del espíritu y un terreno imperfecto. Bajo el riguroso geometrismo, el artista hace nacer la matemática personalísima de su pintura, una y otra vez asomada a la fractalidad eterna que solo nuestro tiempo ha podido co-nocer. Por eso mismo se advierte una rabiosa marca de cubanía: Lezama, Car-pentier y, sobre todo, Sarduy ya nos hablaron del neobarroco cubano como de un espacio en fuga y que nos va dejando aquí y allá una sed de dinamismo y creci-miento. La obsesión de Permut por los fractales nos permite recuperar a Orión. Su extraña y fuerte ingeniería de la imagen nos recuerda que las artes plásticas son un balance del ser y una ruta hacia lo absoluto.
Luis Álvarez