Mecánica popular

Eduardo Abela Torrás diciembre 2009

El humor otro (no el de Chago)

Rebasar de vez en cuando los soportes convencionales del humorismo seguirá siendo la cualidad del Eduardo Abela de mi tiempo. El afán por lo objetual es cuanto ya lo distingue y sitúa en un estado de gracia dentro del universo del humorismo cubano tan dependiente de lo lineal en el plano. Él ha demostrado y mostrado que el carácter tridimensional o espacial de esta rama de las artes visuales es mucho más que ciertas caricaturas personales semi y tridimensionales elaboradas en un momento determinado del siglo XX.
Estos nuevos artefactos de Eduardo Abela Torrás enriquecen a la rama del arte a la que él pertenece por herencia, destino y voluntad. Saltar de un punto, hasta el de más allá, expandirse, retornar y levantar velas otra vez, es parte de su estrategia satírica con un fuerte sustrato en la cita visual, los préstamos ocultos o evidentes: algo tan normal y característico en la comunidad del arte, y para Abela, un código, su huella. Públicamente nos la ha situado así desde que descubrió las ventajas y soluciones del acto de las apropiaciones que, esta vez, afloran por medio de fenotipos renovados. E inclusive con algo más: cajas o cajones, de madera, que simbolizan monitores (planos) de computadoras, de ahí la imposibilidad de esquivar la horizontal cuando quizás habría sido mejor el empleo de la vertical en algún que otro caso puntual. La mayor parte de las piezas de su serie Mecánica popular nombre en sí de esta muestra en y para Villa Manuela (UNEAC) así son.
Hoy como ayer, con su mirada de humorista serio, prosigue juzgando lo cotidiano y a este retorna con un mensaje enmascarado, (in)directo, inofensivo, aunque afilado. Su operatoria tiene grandes diferencias y cercanías con el humor (gráfico) que asume al papel gaceta y/o al ciberespacio como plataforma sistemática para la risa volátil. Y hay más (otra vez): con este Abela resulta un poco difícil reír. Tenemos en él a un (ex)portador de realidades reacomodadas, un transformista y hasta un testimoniante. Esa es su naturaleza, retratar con sátira, mostrar a como sea para lograr un cometido: meter el dedo en la llaga, testimoniar en clave de látigo (in)visible.
Y por ahí está la frecuencia visual de sus apaisadas cajas punto com, estructuradas con elementos pictóricos y reales (clavos, frascos, fotografías, monedas, equipos ópticos, piezas artesanales, etc.), que aluden desde sus títulos al binomio internet-calle o internet-vida cotidiana. Es la era digital en persona sin recurrir a la clásica computadora dibujada: así entró primero y con regularidad en nuestras vidas, sólo que a través del humor gráfico en los años 90. Ahora, Abela le da continuidad a dicha temática artística desde la simulación de un (posible) enlace con el llamado ciberespacio, donde todo es posible.
Al unísono, con esas cajas (des)informa socarronamente sobre hechos reiterados de una ínsula en aprietos. Retrata, le otorga rostros a sucesos que es probable localizar en páginas web: las suyas, congeladas en cierta identidad principal, y relativas a cosas que ocurren en la calle de estos días. Esto son además, si se quiere, sus cajones de madera: ficticias páginas digitales de reales sucesos, sitios web desde el arte tradicional y con una (des)conexión exclusiva. De esta manera han resultado unas pocas escenas ¿costumbristas? de muchas más que quedaron colgadas en el tintero de este Abela. Escenas que algún día podrían desaparecer de nuestro entorno, y de ocurrir, sus cajones punto com, además de ser chistes, en otra tesitura siempre serían son una plataforma con una vigencia estética. Basta con verlos para saber el por qué.
Abela ha sido capaz de hacerle hasta un monumento a la mismísima máquina de escribir de estos tiempos, aunque es mucho más si está conectada a internet (un bomboncito, sí, un bomboncito). Esta vez, con una maleta-laptop portadora de una identidad llévese a donde se lleve, en este caso, desde oriente a occidente. Es la única pieza con una autonomía espacial dentro de la galería y con sutilezas satíricas.
Mecánica popular ha sido para el artista un nuevo derrotero que lo puso a pensar y sintetizar. A vuelo de pájaro, de un primer vistazo, esta serie picaresca pareciera ser lo que no es, la cual debiera contemplarse de cerca y en sus detalles. De lejos un gallo cantaría ópera. Ella es un registro de sensatez en el que pervive sin dudas un humor otro (objetual): ese que a su casa retornará para decorar paredes y rincones como de costumbre de un apartamento histórico de los años 50 donde crece día tras día, en una maceta de barro, una mata de plátano (burro) bajo el mismo techo de la espaciosa y ventilada sala-recibidor. Pero este es otro chiste, ¿de la naturaleza?

Por Axel Li

Obras

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Eduardo Abela Torrás 2009

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El lap top de los mulatos

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